Los murales como arquitectura de la memoria colectiva

En América Latina, donde lo público es muchas veces escenario de disputa, el muralismo se convirtió en una forma de arquitectura expandida: una que no construye con ladrillos, sino con símbolos; que no delimita funciones, sino que propone memorias.

En México después de la revolución, en el del siglo XX, surgió una pregunta crucial: ¿cómo reconstruir la identidad de un país fragmentado? La respuesta no vino solo desde el urbanismo ni desde las instituciones, sino desde el arte. Fue en los muros de edificios públicos, universidades, teatros y hospitales donde comenzó a trazarse una nueva narrativa nacional. Y en ese contexto, el muralismo mexicano no fue solo un movimiento estético: fue un proyecto político, espacial y pedagógico.

Diego Rivera entendió que el arte debía ser accesible y que su lugar natural era el espacio colectivo. Inspirado por los frescos renacentistas y por su paso por Europa, Rivera regresó a México con una convicción clara: el mural podría ser una herramienta de transformación social. En su obra, el pasado indígena no era un símbolo decorativo, sino un punto de partida para reconstruir la dignidad cultural del país. Sus murales en la Secretaría de Educación Pública, en el Palacio Nacional o en la Escuela Nacional de Agricultura en Chapingo, narran una historia alternativa: la del campesino, la del obrero, la del mestizaje, la resistencia y la tierra.

Las Entrañas de la tierra 

Diego Rivera

Foto tomada de https://historia-arte.com/obras/capilla-riveriana

Muerte del Idealista 

Diego Rivera

Foto tomada de https://historia-arte.com/obras/capilla-riveriana



David Alfaro Siqueiros fue más allá. Entendió que el mural no debía adaptarse al muro, sino que el muro podía ser parte de la composición. Introdujo la idea de la poliangularidad: murales que se expanden sobre techos, esquinas, escaleras, que no se ven de un solo punto, que obligan al cuerpo a moverse, a participar. Su concepción del mural era arquitectónica, casi escultórica. En su Poliforum Cultural Siqueiros, en la Ciudad de México, el espectador queda inmerso en una narrativa total, donde la pintura y el espacio se funden en una sola experiencia envolvente.

Vista del Poliforum, Murales de Siqueiros 

Foto tomada de https://www.artchive.com/artwork/cultural-polyforum-david-alfaro-siqueiros-1971/


Ambos artistas comprendieron que lo público no es solo lo que está a la vista, sino lo que se comparte. Y que la arquitectura también puede ser soporte de lo simbólico. Al intervenir muros institucionales, no buscaban embellecer el espacio, sino tensionar: insertar en él voces, luchas y visiones históricamente marginadas, logrando que la ciudad contara su propia historia. 

Los murales no están en el espacio. Son espacios. Son una forma de construir lo común. Funcionan como capas urbanas de memoria, como narraciones gráficas que atraviesan generaciones y resignifican el paisaje cotidiano. En ese sentido, transforman la ciudad en un archivo vivo.

La arquitectura, a veces, olvida su dimensión cultural. Se reduce a programa, a eficiencia, a forma. Pero los murales de Rivera y Siqueiros nos recuerdan que construir también es contar. Que cada muro puede ser un soporte para la imaginación política. Que lo público no se define por la propiedad, sino por la posibilidad de encuentro.

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