Escaleras: arquitectura del movimiento

Más allá de su función de conectar niveles, la escalera revela cómo se organiza el espacio, el poder y el cuerpo en la arquitectura.

Las escaleras están en casi todos los edificios. Subimos, bajamos, esperamos, giramos. Pero rara vez nos detenemos a pensar en ellas. Su presencia cotidiana las vuelve invisibles. Sin embargo, su diseño impacta directamente en cómo nos movemos, qué vemos y cómo habitamos el espacio. La escalera no solo resuelve un problema funcional; también transmite mensajes, ordena jerarquías y condiciona comportamientos.

Una escalera puede ser central o marginal, abierta o cerrada, monumental o doméstica. Su ubicación en el plano no es aleatoria. En un edificio institucional, una escalera amplia y bien iluminada puede simbolizar apertura, transparencia, poder. En contraste, las escaleras de servicio suelen ser angostas, estrechas y ocultas, diseñadas para pasar desapercibidas. Esta dualidad revela cómo la arquitectura organiza lo visible y lo invisible, lo que se muestra y lo que se esconde. ¿Quién sube por dónde? ¿Quién tiene acceso a qué? Detrás de cada escalera hay una ideología espacial.

La escalera exige una relación activa del cuerpo con el espacio. El diseño, la pendiente, la proporción, los descansos, influye en cómo percibimos el trayecto. Hay escaleras que se recorren rápido, casi sin pensarlo, y otras que nos obligan a detenernos, observar o incluso posar. En este sentido, las escaleras también modelan el cuerpo y el tiempo.

En el contexto urbano, las escaleras pueden adquirir nuevas funciones. En ciudades con topografía compleja, se convierten en infraestructura esencial que conecta comunidades enteras. Allí no son solo tránsito, son territorio. Se intervienen con color, murales o jardineras, y se transforman en espacios de encuentro, apropiación y resistencia. Una escalera pública puede convertirse en un pequeño foro, un mirador, un lugar de paso que se vuelve lugar de estar. Su diseño influye directamente en el grado de inclusión o exclusión que un barrio experimenta.

Desde la arquitectura moderna hasta la contemporánea, la escalera ha sido una herramienta expresiva. Le Corbusier la entendía como parte activa del recorrido arquitectónico. En obras más recientes, firmas como SANAA o Zaha Hadid han explorado escaleras curvas, fragmentadas o suspendidas que rompen con la lógica direccional y construyen nuevas formas de habitar.

Al observar con atención una escalera, podemos descubrir mucho más que un trayecto entre pisos. Podemos leer cómo se estructura el espacio, quién lo controla, cómo se experimenta. Las escaleras organizan no solo el movimiento, sino también las relaciones. Son piezas clave para entender la arquitectura desde lo cotidiano, desde el cuerpo y desde la ciudad.

Pensar en las escaleras es, en el fondo, pensar en cómo nos movemos por el mundo.

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Moda y Arquitectura: Cuando el cuerpo encuentra su espacio